En el mundo de la maternidad he aprendido la expresión “está blandito” que se refiere a cuando el bebé está bajo de energía, con ganas de mimos y de estar en brazos.
Me gusta la expresión, yo me reconozco en esa expresión a veces, sobretodo cuando me va a bajar la regla o estoy poniéndome mala.
El caso es que lo de estar blandito se dice normalmente cuando el bebé está malo. Y yo creo que no debería asociarse con enfermedades. Un bebé es blandito de por si, todo es suave, cálido. Y no solo el bebé es así, con la llegada de un bebé todo se ablanda a su alrededor. Yo siento como las partes de mí más duras, las aristas de mi carácter se pulen cuando estoy con mi hija. Hay veces que llora como una condenada porque tiene sueño pero no se quiere dormir, y son las dos de la mañana y yo me muero de sueño y llevamos tantos elefantes balanceándose sobre la tela de una araña que ya digo números al azar. En esos momentos, por ejemplo, puedo perder la paciencia, cuando tengo sueño mi paciencia, que ya es bastante limitada, se limita aún más. Y entonces siento como me endurezco, estoy harta de los elefantes y de la araña, sólo quiero dormir. Esa dureza me entra cuando no la miro, la acuno pero no la miro, hay que tener cuidado con el contacto visual cuando los estás durmiendo, a veces es tu peor enemigo.
El caso es que siento esa dureza subiéndome por el pecho y entonces la miro, luchando contra el sueño, rascándose los ojos como una loca y todo se ablanda. Y mira que lo de rascarse es otra bomba, porque a veces se rasca estando dormida y eso la despierta. Pero al mirarla, hay una calidez, un confort que me invade todo el pecho y pule todas aristas que me rozan.
También lo veo en mi pareja, como le cambia la cara cuando la mira, cuando está endureciéndose, los músculos tensos, pero la mira y todo se ablanda, hasta la mirada.
Leyendo esto me da vergüenza publicarlo, porque me parece muy cursi, no estoy intentando escribir un texto poético, estoy intentando describir llanamente esos sentimientos, que han aparecido de nuevas y aún me sorprenden. Y no me salen palabras que no sean cursis. Y pienso, ¿qué tiene de malo que sea cursi?
El mundo parece que está cada vez más duro, la actualidad es dura, el presente es duro y el futuro no se presenta mucho mejor. Y parece que con toda esta dureza que nos rodea solo podemos endurecernos más. ¿No sería mejor traer más blandura? ¿Por qué estamos tan en contra de lo blando?
La blandura es una característica asociada a lo femenino, por lo tanto, y gracias al patriarcado, no puede ser muy buena, mejor la dureza. Y así nos va, siempre virando hacia lo duro. Viviendo en una sociedad que cada día se endurece más, perdemos la calidez, nos ensombrecemos.
El otro día leyendo las noticias me sentí muy decaída, muy gris, leí detalles horribles de una guerra en la que no gana nadie, solo pierden inocentes por intereses egocéntricos y banales. Intereses de hombres llenos de odio y venganza. Pienso que si hubiera más mujeres en el poder las cosas serían diferentes. Absténganse los de —¿y Margaret Tatcher qué?— La solución no es sólo poner mujeres en el poder, es más compleja que eso. Pero desde luego sería un buen primer paso.
El caso es que noté esa dureza de la que hablo brotar, calentándome la frente y las mejillas y busqué a mi hija, que dormía profundamente, con los brazos en cruz, a lo diva desmayada, una postura que le gusta mucho para dormir. Y mirándola me reblandecí, me sentí reconfortada.
No creo que la solución a este mundo duro en el que vivimos sea mirar bebés. Pero lo que sí sé es que mi hija me ha ablandado y eso me ha convertido en una persona más feliz.